Mi problema con
Stieg Larsson no es con el pobre hombre, que ya sé que está criando malvas. Me gustaría decir que estoy señalando directamente a la trilogía
Millenium pero me parece a mí que, a lo mejor, tampoco van por ahí los tiros. A ver si aporreando un rato las teclas del teclado saco algo en claro…

Principios de este verano que se acaba: me invento un juego para el metro y el tren. Por cada tres personas que vea en el mismo vagón leyendo “
Los hombres que no amaban a las mujeres” me compro, a la salida, un
Choco Clack (helado del que soy fan). En un par de semanas acabo del
Choco Clack de marras hasta las narices, cerca del aborrecimiento. Cambio de premio y cambio de reglas: ya no tienen que ser “sólo” 3 personas sino 5. Y en una semana vuelvo a acabar de cualquier
polo-de-limón-genérico (la nueva elección) hasta los mismísimos. Empiezo a comprender que el libro (para ser sincero, los libros, valía cualquiera de la trilogía) está omnipresente en mi entorno. Directamente: es una plaga. No recuerdo un fenómeno igual desde
El código da Vinci [1]. Una cosa es lo que digan las noticias, las listas de ventas, las revistas de tendencias, etc y otra es lo que veo día a día. Y lo que veo es que cualquier sociólogo alienígena podría determinar, tras el análisis de varias muestras significativas en los medios de transporte, que la trilogía
Millenium representa la totalidad de libros que existen en el planeta Tierra
[2].
Aburrido de mirar a todas partes y encontrarme con el libro, empiezo a curiosear más allá de las manos que los sostienen. Según mis datos, alrededor del 90% de lectores son mujeres de entre 20 y 35 años, aunque hay de todo. Debería refinar esos datos y apuntarlos en una libreta (debería haber estudiado sociología también…). Me sorprende el arquetipo más frecuente: chica joven, consultora (fácil de deducir por vestimenta y parada de destino) y poseedora de bolso minúsculo (las más afortunadas, de
Tous) que la obliga a llevar el libro (un mamotreto considerable) en la mano. Me sorprende el tema de las dimensiones (notad que voy a intentar evitar entrar en el contenido del mismo…). ¿Cómo un libro tan grande, tan incómodo de llevar a no ser que lleves una mochila, tienen tanto tirón entre usuarios de transporte público? En el caso de “Los hombres que…” son dimensiones hinchadas: podría tener la letra más pequeña y la mitad de páginas (¡sería más llevadero!), pero no cumpliría ese estándar de “libro bonito para regalar/libro que parece importante” que tan bien luce en las estanterías de
El Corte Inglés. Tampoco justificaría el gasto de 22€…
Dejando el misterioso mundo de las dimensiones de lado
[3], mi gran incógnita (el meollo del asunto) es otra. ¿Por qué todo el mundo está leyendo ahora ESTE libro en concreto? Quiero decir, ¿no existen más libros? ¿No tienen esas personas más libros en su casa (y más llevaderos, por su propio bien)? Aquí intentaré sortear ese prejuicio tan rancio anti best-sellers de corte comercial (tampoco lo voy a intentar con mucho ahínco. Soy un prejuicio con patas
[4]). Vamos por partes. Es evidente que estamos ante una moda. Bien. Es evidente también que el boca a boca esta siendo brutal (boca a boca que me ha llegado, pero que se ha dado de bruces contra esos prejuicios rancios que tengo). También hay que considerar el morbo de la obra: autor muerto, temática con asesinatos/nazis/maltrato a mujeres/sexo/incesto/hackers/violaciones… pero sigue resultándome curioso que tanta gente elija el mismo libro en el mismo periodo de tiempo. Me choca cuanto menos, porque...

... tengo muchos problemas con mis elecciones literarias. Veréis, no tengo ningún inconveniente en ver la película que sea. Ni en escuchar al grupo/disco que me digáis, da igual, lo intento. Con los videojuegos me paso más tiempo probando cosas que jugando realmente a algo. Y podríamos meter también a los cómics en el mismo saco. Porque todas esas actividades no me quitan mucho tiempo. Pero un libro… un libro me inspira más respeto. Puede llevarme días, semanas… Estoy obsesionado con la idea de que tenemos un tiempo muy limitado para hacer las cosas, y la cantidad de libros que puedes leer a lo largo de tu vida es tremendamente escasa en relación a los que no vas a poder leer. A eso puedo añadirle la inquietante presencia del Monstruo de mi habitación, formado por pilas y pilas, estantes y estantes de libros sin leer, esperando ansiosamente su turno (la mayoría de autores o recomendaciones [o amigos, ejem] de Sincriterio). Por las noches se agita y desde las páginas de todos los tomos que lo construyen, sisea:
“Léenos… léenos...” ¿Cómo me presento yo ahora con cualquier tomo de la trilogía
Millenium y le digo al Monstruo que me he saltado todos los protocolos de orden? ¿Os coláis vosotros en el charcutería, en la cola del cine, en los tornos del metro, acaso? ¿Por qué la gente (bueno, digámoslo claro: la legión de
über-consultoras) que coge el tren por las mañanas en la misma línea que yo no tiene estos problemas existenciales?
Bendita cultura pop que atiende a toda necesidad: hay película.
[1] Libro que instauró en mi persona una creciente animadversión hacía el best-seller de moda. Todo por culpa de una antigua compañera de clase. Un jovencito
Mr. Forfy comenzaba a adentrarse en el maravilloso universo de
Mundodisco cuando la (futura consultora) chica en cuestión le dijo algo así: que cómo podía perder el tiempo con estupideces y no haber leído EL código (lo dijo con el "EL" en mayúscula, palabra). De ésta tuve unas cuantas con EL código (todas, casualmente, con futuras consultoras... deja de alimentar mis prejuicios, sociedad, coño) Pues ya me diréis. La próxima vez que la vea le pregunto si se ha leído ya el de la chica y el bidón de gasolina o el de las corrientes de aire.
[2] Un encuestador alienígena (medianamente bien pagado por la E.T.T. interplanetaria de turno y, por ello, motivado) quizá observara a algún otro especímen humano en el tren/metro con alguno de los siguientes libros/autores: los de
Crepúsculo, de
Ruiz Zafón, de
Matilde Asensi (una tía que pilota de hackers que te cagas, tía), de
Noah Gordon, de
Ken Follet (impagable ver a la gente leyendo
Un mundo sin fin, tapa dura, en el tren) y algún otro más, pero no más de 10 distintos... El caso es que hace poco se documentó la presencia de un chico increíblemente atractivo leyendo
Wilfred y la Perdición (libro altamente recomendable para el consultor medio).
Raphael de la Guetto, se llamaba.
[3] Esto es para estudiarlo. Los editores no son idiotas y saben que gran parte del público potencial de este tipo de libros son lectores de tren/metro. Que, en la mayoría de casos, no continúan la lectura en casa. No obstante, no detecto que saquen deprisa y corriendo ediciones de bolsillo que faciliten la lectura por parte del interesado. Tampoco detecto que el potencial comprador se plantee que, si se va a tirar medio mes leyendo en el metro, quizá sería mejor que existiera una edición más portable. Este tipo de libros, con esa encuadernación vistosa, flexible, de letra grande y lectura cómoda, con ediciones tapa blanda, tapa dura... deben de vender (venden) como churros. ¡Mirad qué bonitos quedan en los expositores! Son regalos muy socorridos y un librito tamaño bolsillo de 10€, luce muy poco.
[4] No obstante, a qué negarlo, esa trama tan
eurotrash (como bien decía
Intramuros en la única reseña que me ha animado a considerar la lectura del libro) me atrae tangencialmente. Es evidente que este tipo de best-sellers son buenos esqueletos para un guión, por lo que veré la película. La única conclusión que he sacado de este post, por cierto... Seguramente no esté muy mal y, de estarlo, me hará perder un par de horas como mucho.