Asistimos estos días al enésimo debate sobre
Sálvame,
su permanencia en horario de protección infantil y su inviolabilidad de facto. Debate innecesario si se me permite la opinión y, desgraciadamente, estéril: la lógica más elemental desmonta cualquier argumento a favor que quieran sacar a la palestra los serviles abogados del diablo y demás opinadores mercenarios con los que cuenta el programa de marras (en adelante “esa puta basura”).

Servidor, que es curioso pero también pretende cuidar la calidad de su tiempo libre, intentó un leve acercamiento a ese circo de los horrores hace tiempo. Lo que se descubrió ante sus ojos supero (con mucho) las peores expectativas de alguien que (digámoslo también) posiblemente sea demasiado impresionable. Pero lo que se vio puesto a prueba no fue la mojigatería precisamente. Tras la pantalla se erigía un monumento consagrado a la estupidez y a la payasada, a la fabricación de ídolos de barro, de falsos profetas, de tendenciosos expertos en nada, como en tantas otras ocasiones. El perturbador toque de distinción lo daba la desmedida presencia de personalidades erigidas entorno a egos voraces que no se alimentaban de logros aparentes, sino de las propias personas que estaban debajo, es decir, del vacío. Un macabro collage escheriano que también incluía (o devoraba) al complaciente espectador y donde era difícil discernir en que parte empezaba (o terminaba) el mal gusto, la chabacanería, la falta de respeto al prójimo, el endiosamiento falaz y el doble rasero de una logia disfrazada de nuevo juez y jurado moral de este reino decadente. Sepultadas bajo los engranajes del monstruo emergente podían vislumbrarse agonizantes briznas de sentido común, aferradas en sus últimos pálpitos a las normas más básicas de ética, moral, usos y costumbres que alguna vez conociera el medio. Descendiendo irrevocablemente por el mismo abismo primigeneo que daba forma ahora a estos nuevos adoradores de la NADA y a su legión de seguidores…
…
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¡Esto no podía ser un simple programa de cotilleo! ¡Se suponía que esa puta basura era otro programa del corazón, no semejante ritual de invocación!
Tenéis que perdonarme, pacientes lectores, la redacción de los post integrantes de
La lista negra, me deja exhausto. Es tan intensa la sensación de asco que siento ahora mismo mientras aporreo las teclas que me bloqueo. Creo además que escribir cualquier cosa, aunque sea desde el odio, dedicada a esa puta basura de la que hablamos hoy, es poner un (otro) altavoz a un Goliath intratable que encima cuenta con un gran poder mediático y social. Se da además una irónica paradoja que dificulta el ataque directo, esa “pedrada” que nos haría libres. En tanto que gestada en el lodazal de un mass media, esa puta basura se fortalece con las críticas y las emplea en su causa, saca pecho ante sus enemigos retorciendo hasta el absurdo lo mismo que permite su existencia: la libertad de expresión. Hay un ejemplo triste y peligroso que marca un punto de inflexión: ese proto-
Sálvame que fuera
Aquí hay Tomate! ya jugueteó con los límites de torsión moral del medio con el famoso caso de la portada de
El Jueves (
del que asistiremos a su remake en breve). Qué esos parásitos de la desgracia ajena, que esos maestros de la denigración y la mugre, fueran los héroes encargados de señalar lo incorrecto en esta idílica sociedad monárquica nuestra, fue una broma demasiado pesada y difícil de digerir. De esto a otras bromas,
como aquella que señalaba a la cabeza principal de la Hidra como inspiradora del 15M, hay tan sólo un pasito dentro de toda la (i)lógica interna de la que se alimenta esta Abominación.

Lo triste es que nada de lo que acabo de enumerar supondrá una sorpresa para nadie. Es lo tangible, la parte visible del monstruo, la diversión, las risas, el confetí. Hasta los modernos han aprendido a reirse irónicamente del espectáculo grotesco que muestra esa puta basura como careta. El riesgo de mirar al abismo con atención, aunque sea durante los menos de 15 minutos traumáticos que soporté, es que puede devolverte la mirada. Si uno analiza los hilos que mueven a las marionetas de este circo descubre un complejo entramado que ejerce como una especie de agencia de rating del mundo rosa y su público potencial, manipulando sus valores (o la falta de ellos) en conveniencia. Es entonces cuando esa puta basura se vuelve un programa peligroso, ideologicamente peligroso, al abrazar sin cortapisas un populismo enraizado en la España más profunda y atreverse encima a sentar cátedra en cualquier materia sobre la que tengan a mal opinar. Su concepción del espectador como alguien profundamente idiota que no cuestiona, que no coteja, que no respira, que ACEPTA de buen grado cualquier barbaridad, acerca el discurso de
Jorge Javier y sus pupilos al de cualquier régimen totalitario. Por su yugo pasan a diario
celebrities de todo pelaje y condición, como dictan los cánones del programa rosa al uso, pero también asistimos a ciertos debates sociales que no deberían ser formulados por unas personas (por decir algo) que se jactan de no saber hacer la O con un canuto con sorprendente orgullo. Eso, y la orquestada mercadotecnia que escupen diariamente y de la forma más despectiva posible a sus estúpidos seguidores (esos montajes pactados con su monstruo de Frankenstein cuando aprieta el share, por ejemplo) me hacen pensar que todo esto es mucho más que una versión amplificada de esas cuatro marujas cotorreando del vecindario en el portal del edificio.

Mi problema con
Salvamé es que me hace reflexionar sobre cosas que no me gusta plantearme porque a estas alturas creía tener asumidas. En circunstancias normales creo que sería lícito por mi parte apelar a la lógica y llamar a las cosas por su nombre: el programa, en tanto que tiene su público, tiene su derecho legítimo a existir, pero no en horario infantil por supuesto. Debería respetar la opción de cualquier persona adulta a perder su tiempo con esto o lo que le de la gana, pero no es el caso. Estos tipejos que encima quieren jugar (¡y juegan!) con reglas distintas al resto, que piden respeto cuando es algo que ni conocen y que pretenden moldear ciertas ideologías a su antojo, no se merecen ni media. En lo único que creo cuando pienso en ellos es un desear un aparato censor que los haga desaparecer del mapa. Y eso no es muy correcto que digamos... ¿verdad?